miércoles, febrero 29, 2012

DE QUÉ HABLO CUANDO HABLO DE CORRER

HARUKI MURAKAMI

(Kioto, 1949). Ha recibido entre otros los premios Franz Kafka o el Yomiuri.

Lo primero, el título. Murakami no tiene rubor en declarar que se lo pidió prestado a Tess Gallagher, la viuda de Raymond Carver, porque efectivamente, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es ese De qué hablamos cuando hablamos de amor del autor norteamericano. Y es que Murakami es, además, traductor de Carver.

Lo segundo, ¿porqué este libro y no: Sauce ciego, mujer dormida; Kafka en la orilla; o Tokyo blues?. Muy sencillo. Porque a mi, como a Murakami, me gusta correr. Y este libro habla de correr, de maratones, de carreras de ultrafondo (100km), de triatlon. Y de los esfuerzos que hay que hacer, y de las recompensas que se obtienen. Y de músculos, de kilómetros, de dolores, de dietas, de planes de entrenamiento, de viajes a Nueva York.

Lo tercero, el propio libro. No es literatura, no hay ninguna historia. Es más, yo diría que se trata de unos comentarios tal vez un poco deslabazados. El típico libro escrito por un genio para deshacerse de ciertos remordimientos. No lo recomiendo si no te gusta sufrir haciendo deporte o si consideras que correr, lo que se dice correr, solo estás dispuesto a hacerlo detrás de un balón.

sábado, febrero 11, 2012

CIERTO OLOR A PODRIDO

JOSÉ LUIS MARTÍN VIGIL

Con motivo de la noticia de su fallecimiento, ciertamente extraña por los tiempos en los que fue dada, me decidí a leer una de las múltiples novelas de Martín Vigil. No quería caer en la tradicional La vida sale al encuentro, y me leí Cierto olor a podrido.

No he acabado muy contento, más bien todo lo contrario. Me ha parecido un buen grupo de típicos tópicos, reunidos con cierta dosis de ambientación y adolescencia, pero falsos y blandos a la hora de transmitirlos. Es todo muy esperado, y de poca tensión. Es todo muy contado pero poco experimentado. Es todo demasié.

Martín Vigil es un buen contador de historias, pero en esta, al menos en esta, solamente la cuenta. Ni siquiera de Carlos, el personaje principal, conocemos muchas veces lo que piensa. Ahora, eso sí, conocemos al dedillo todo lo que le pasa, todo lo que dice, todo lo que opina, el y los que le rodean. Poca, muy poca, introspección. Mucha, demasiada, vida externa.

Prometo que, cuando sea mayor, cuando deje la adolescencia, me leeré La vida sale al encuentro, para, si es posible, redimirme con Martín Vigil.