lunes, marzo 10, 2008

VINIERON COMO GOLONDRINAS

WILLIAM MAXWELL

Madre no hay más que una

William Maxwell (1902-2000) destacó por ser el lector y consejero ideal de grandes autores como J.D. Salinger, Flannery O'Connor, John Updike o Eudora Welty durante los más de cuarenta años que trabajó como editor de ficción en The New Yorker. Sin embargo, ésta labor de orientación no le apartó de una dedicación activa a la escritura y, a su muerte, contaba con una obra, breve pero exquisita, que incluye novela, cuentos, memorias, y recopilaciones de críticas y ensayos literarios.

Vinieron como golondrinas es un ejemplo de la finura que caracterizó su vida y su obra. Porque Vinieron como golondrinas es una novela de rasgos autobiográficos, que refleja el educado carácter y rigor compasivo de su autor, así como las dificultades que hubo de superar durante su infancia. Maxwell nos cuenta la relación de una madre —su propia madre— con sus dos hijos y su marido. Lo hace en tres capítulos, usando la voz y los ojos de cada uno de ellos, y dejando que sea la mujer, con su silencio y su sufrimiento, sin apenas aparecer, la que sustente los vínculos y el quehacer del resto de la familia.

Bunny es el hijo pequeño, tímido y cobardica, pegado a las faldas de su mamá, a quien considera un ángel. Casero y propenso a dejarse acariciar, el mundo le abre horizontes insospechados cada día que transcurre. Robert lleva una pierna de madera que sustituye a la que, por un accidente, tuvieron que amputarle. Rebelde sin causa, gusta de jugar en la calle con sus amigos, y se considera el defensor de su madre. James es el típico padre, ordenado y capaz, de la clase media estadounidense de principios de los años veinte. Que ama a su mujer y a sus hijos, e intenta beneficiar a quienes le rodean. Sin su esposa Elizabeth, paradigma de la omnipresencia femenina, la existencia de James se desmoronaría, pues fue ella quien determinó la forma que ésta tomaría desde el primer momento en que la vio. Además están Irene y Boyd, el viejo Karl, el chucho Old John, la sirvienta Sophie, la tía Clara y el tío Wilfred...

Una pequeña ciudad del Medio Oeste norteamericano, las guerras que aparecen y desaparecen en el tiempo soltando lastres, y sobre todo, el ataque feroz de la gripe española terminan de componer un cuadro de trazos melancólicos, que desborda ternura en sus colores y en su delinearse, y que no duda en exhibir que fue pintado con los pinceles del cariño familiar, y en especial del materno.